El sufrimiento de fuerte intensidad, “ipso facto”, nos hace entrar en duelo. Pero conviene diferenciar entre “estar en duelo” y “hacer el duelo”.
“Estar en duelo” es propiamente un estado vivencial natural, sufriente o no, pero también puede significar el estado pasivo e incluso de victimismo ante el sufrimiento[13]. En cambio, “hacer el duelo” es la actitud y aptitud de afrontamiento. En el proceso activo y asumido del duelo la persona “se trabaja” en todas sus dimensiones, en una sana elaboración del sufrimiento, poniendo mucha voluntad, con opciones y acciones positivas.
El duelo es, ante todo, personal, íntimo, idiosincrásico, propio del doliente, pero con aspectos sociales-comunitarios relevantes. De hecho es bueno recordar que no se puede vivir sin sufrir, no se puede (no se debe) sufrir sin esperanza y no llega la esperanza si no hay apertura al futuro, a los otros, a Dios.
El duelo es, también, un proceso muy dinámico. “Una parte esencial del trabajo de duelo consiste en darse cuenta de los procesos internos, entregarse a ellos, apoyarlos positivamente. De ese modo se promueve el desarrollo de la madurez”[14]. ¿Qué implica este proceso dinámico?
- Alguien en camino: el duelo no es algo, es esencialmente alguien, que siempre está en camino y que lo elabora en relación a sí mismo, al difunto, a la vida y a Dios (si es creyente)[15]. Las acciones del duelo no son impersonales. Por ello, encontraremos etapas sucesivas, subidas y bajadas, marchas y contramarchas, hasta regresiones, como describe Lewis[16]. El trabajo del duelo, en realidad, discurre más en espiral que en línea recta.
- Cambio a un nuevo ciclo: el sufrimiento indica que ha concluido una etapa o ciclo. El doliente no se debe morir o aletargar con la pérdida/privación/muerte. Ha de superar el insano apego. Ha de iniciar un nuevo ciclo. En el trayecto del duelo, el doliente siente mucho miedo y muchos miedos. Uno que más puede paralizar al doliente es considerar el proceso de duelo como paradójico, antitético a la tendencia espontánea a retener la persona amada, para no “perderla”; otro es verse dentro de un túnel largo y negro, gélido y sin columbrar la salida[17].
- Dinamismo ternario: en el proceso de restablecimiento de la persona doliente se da la triada dinámica in crescendo: sufrimiento-duelo-sanación; es decir, aceptar el sufrimiento, entrar en duelo, llegar a la sanación[18]. En este recorrido desencadenado, de mucha intensidad[19], que no se debe ni eliminar, ni interrumpir, ni recular, ni bloquear, ni orillar, ni dejar atrás, ni desviar, un factor determinante es la actitud de aceptación y afrontamiento que muestre el doliente
- Manejando las coordenadas del tiempo: el duelo se trabaja en el espacio/tiempo. El sufrimiento desquicia las coordinadas temporales del pasado, presente y futuro. El doliente es introducido por la “lógica” del sufrimiento en un omnipresente-pasado, anulando el presente-futuro, con un presente-presente muy debilitado. El activo doliente se ha de hacer protagonista del tiempo para no entrar en duelos retrasados, crónicos, etc., o en imaginaciones “extra temporales”: llevando la realidad al pasado o imaginando: “Ahora tendría tantos años y sería…”. En fin, hay que elaborar el duelo de la memoria “re-cor-datoria”: “des-prenderse” saludablemente del pasado, “prenderse” del presente y “pro-pender” al futuro. Esto se ha de considerar en todo el recorrido del duelo, y especialmente en las llamadas “fechas significativas”, que prácticamente constituyen un “duelo dentro del duelo”. Por otro lado, es muy diverso un proceso de duelo en que el difunto es “visto” como “pasado” (atrás) a verlo “por delante”.
- Normalidad empeñosa: el proceso de duelo no es una etapa de una enfermedad, ni tiene que ser necesariamente medicalizado o profesionalizado, ni secuestrado por nadie ajeno al doliente[20]. Todos, incluso los animales, como muestra la naturaleza, son aptos para hacer el duelo. El protagonista y responsable es el doliente. El duelo ha de ser concebido y asumido como un dinamismo activo más de la vida que hay que asumir, sin que ello excluya la coadyuvación subsidiaria (no la delegación) de los demás. El duelo es para templar el sufrimiento[21].
- De visión centrífuga a centrípeta: el sufrimiento por sí mismo es desintegrador, desorientador, desequilibrante, desconcertante; se coloca a sí mismo fuera del sujeto, lo despista con preguntas “ad extra” (que no tienen respuesta), lo acorrala con la culpa, lo hace víctima, lo acobarda, lo desanima. El doliente maduro ha de pasar de ser víctima de una “lógica” que considera al sufrimiento como “algo” externo y omnipotente, a una “lógica” de auto apropiación del proceso del duelo, considerándose protagonista de un sufrimiento interno, porque el sufrimiento es el mismo doliente, que ha de concebirse y actuar como un “sanador/herido. El duelo no es para “en-frentarse”, sino para “con-frontarse”. Ya V. Frankl sostenía que “la más alta posibilidad de realización está en el sufrimiento, no a pesar del sufrimiento, sino a través del sufrimiento”[22]. El Papa Benedicto XVI, en su segunda encíclica, sostiene: “Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrarle un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito” (Spe salvi, 37)[23].
- Elaboración multidimensional, dinámica e intrapersonal: el duelo es un trabajo interior, si no forzado, sí esforzado[24]. El sufrimiento afecta a la persona en sus seis dimensiones (corporal, emocional, mental, social, valórica y espiritual-religiosa)[25], en todas y cada una de ellas, trasversalmente[26], pudiéndose producir alteraciones considerables que han de ser asumidas, trabajadas y reorientadas. ¡Ojo con el duelo de arriba abajo! El duelo que quiere ser elaborado desde el mundo cognitivista o conductista sin tener en cuenta la vida emocional y las otras dimensiones, está condenado al fracaso[27]. ¡Pero ojo al duelo con inflación emocional paralizante![28] El duelo es un fluir progresivo, integrativo y trasversal en todas y cada una de las dimensiones del doliente. Es un proceso activo trasversal del “estar, ser, sentir y hacer”.
- De egocentrismo a vinculación: el sufrimiento es de tendencia egocéntrica. El sano proceso del duelo es personal, pero muy comunitario. Los vínculos comunitarios y la comunicación son recursos muy potentes en el duelo. Tres elementos son clave en el proceso de elaboración: comunidad, comunicación, comunión. Hay que salir del círculo castrante del egocentrismo, ensimismamiento y narcisismo[29].
- Desplazamiento desde la lógica del sufrimiento a la lógica del duelo: venimos indicando que el sufrimiento tiene “su lógica” y el proceso del duelo tiene también “su lógica”. El doliente ha de asumir la “lógica del duelo”: de la positividad, no del derrotismo; de la sanación, no del mero alivio; de ser el protagonista de este proceso y no la víctima[30].
- De mínimos a máximos: el proceso de duelo no es para volver al inicio de la pérdida/privación/muerte, ni para anhelar una mera recuperación. No es un “tras-torno” que ha de concluir en un mero “re-torno”. El duelo diagnostica nuestra vida, cosmovisión (sentido y misión) y personalidad. Es un trabajo para “búhos del espíritu”. Un proceso de duelo sin frutos es una tragedia personal. Surgen preguntas ineludibles: ¿Qué enseña este sufriente proceso? ¿Qué legado me deja el ser querido?[31] Es un recorrido para la purificación, el crecimiento, la madurez. El doliente ha de alcanzar de nuevo su propia identidad (ahora más pulida), tras una completa transformación. Sí, el duelo es lo más transformante de la vida, para bien o para mal.
«Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensión que nosotros percibimos como parálisis, porque ya no sentimos la vida de nuestros sentidos alienados. Porque estamos solos con el extraño que se nos ha introducido; porque, por un momento, se nos arrebata todo lo habitual y lo que nos inspiraba confianza; porque nos encontramos en una encrucijada donde no podemos permanecer. Por ello, también la tristeza pasa: lo nuevo en nosotros, lo que nos ha llegado, se ha introducido en nuestro corazón, ha llegado a su cámara más recóndita y tampoco está allí; se encuentra en la sangre. Y no experimentamos qué ha sido. Se nos podría hacer creer fácilmente que nada ha ocurrido y, sin embargo, hemos cambiado como cambia una casa en la que ha entrado un huésped. No podemos decir quién ha llegado, tal vez no lo sepamos nunca, pero muchos indicios hablan del futuro que acaba de entrar para transformarse en nosotros, mucho antes de que acontezca y se manifieste»[32].
El proceso del duelo (completo para un creyente) se hace manejando la pena a través de este dinámico afrontamiento:
- En el hablar: rompiendo el aturdimiento inicial, desahogando la pena, manifestando sentimientos heridos, buscando palabras para expresar el sufrimiento, abrirse al diálogo (desahogándose y escuchando). Comunicarse es antibiótico contra la ansiedad y angustia[33]. Antes que razones, primero desahogos[34].
- En el corazón: desahogando la pena, sanando sentimientos heridos, canalizando la energía afectiva con un sano amor, en verdad y libertad.
- En la mente: aceptando la realidad de la situación, esclareciendo y superando concepciones erróneas, ideas insanas sobre la vida, el sufrimiento, la muerte…
- En la acción: volver a insertarse en la vida (personal y comunitariamente), reforzando los vínculos, con un proyecto significativo de vida, con futuro, siendo feliz, con una vida de valor y valores.
- En la espiritualidad-fe: vivencia de una espiritualidad y fe maduras, con una sana concepción de Dios; esperanza en la trascendencia espiritual, creencia firme en la resurrección.
Por supuesto hay que recordar que los procesos del duelo no son ni “matemáticos ni lineales”, pues el duelo trabaja a nivel trasversal en todas las dimensiones de la persona, con sus flujos y reflujos, con intensidad paralela o no, y con altibajos.
De un buen proceso en duelo se espera aceptación, arrojo para entrar en él, elaboración, adaptación, reorganización y madurez.
No está de más recordar que nadie “sale” del duele si no “entra”.
[13] No debemos generalizar llegando al extremo de pensar que toda pérdida o muerte misma conlleva un sufrimiento inevitable, o que no llegar a sufrir (con lo que conlleva en sí el término) sea patológico.
[14] J. Jülicher, Todo volverá a ir bien, pero nunca será como antes. El acompañamiento en el duelo, Sal Terrae, Santander 2004, 19.
[15] «El duelo nos hace mal, pero también nos introduce en el misterio de nuestra vida, en el misterio de nuestra persona, además en el misterio del difunto y en el misterio de Dios», según A. Grün., Vivere il lutto, 90.
[16] C.S. Lewis, Una pena en observación, Anagrama, Barcelona 2006, 84: «La pena es como un valle dilatado y sinuoso, que a cada curva puede revelar un paisaje totalmente nuevo. Pero no todas las curvas lo hacen, como ya he dejado dicho. A veces la sorpresa que recibimos es justamente la contraria; se nos brinda una clase de panorama idéntico al que creíamos haber dejado muchas millas atrás. Entonces es cuando se pregunta uno si el valle no será una trinchera circular. No lo es. Se dan recurrencias parciales, pero la misma secuencia no se repite».
[17] «Es como entrar en un túnel, que al principio es oscuro y tiene un poco de agua; de a poco sientes que se te mojan los pies; aún está oscuro, el agua sigue subiendo y por el momento no se ve claridad, pero no te ahogas, porque en determinado momento y casi sin darte cuenta comienza la claridad y llega el tiempo en que pisas en seco. Claro que esto no es magia; es un proceso lento que necesita ayuda, para que las heridas sanen desde lo profundo hasta la superficie. Al principio duele, pero a medida que se trabaja sobre la muerte del ser amado el dolor se vuelve más calmo. Siempre duele, pero cada vez con más serenidad, hasta que un día aprendes a resignificar la vida, a darle un nuevo sentido», en M. Bautista., Duelos para la esperanza, San Pablo, Buenos Aires 2017, 17-19.
[18] Decimos sanación no porque hablemos del duelo como una enfermedad, sino porque el sufrimiento produce una herida interna que hay, ciertamente, que sanar, sanear y salvar. Fijémonos que, por ejemplo, los grandes santos han surgido después de un espantoso sufrimiento con un positivo duelo.
[19] «Nunca sentimos nuestra vida con más intensidad que en un gran amor y en un duelo profundo», según R.M. Rilke, Elegía del Duino, 1, Hiperión, Madrid 1999, 42.
[20] En la literatura actual se reconoce, aunque los índices de incidencia de patologías de duelo no están muy claras, que entre un 8 a un 10% de personas pueden presentar algunas complicaciones destacables.
[21] Gómez Manrique (s. XV), en Consolatoria para doña Juana de Mendoza, su esposa, muestra su pesar por la muerte de dos de sus hijos en breve espacio de tiempo (cuatro meses), expresa: «Templar como caballero/ este dolor lastimero», vv. 204-5, cfr. F. Vidal Gómez, Cancionero, Cátedra, Madrid 2003.
[22] V. Frankl – P. Lapide, Búsqueda de Dios y sentido de la vida. Diálogo entre un teólogo y un psicólogo, Herder, Barcelona 2005, 111.
[23] Cfr. EV 24,1475. En adelante, texto en español: Benedicto XVI, Spe salvi. Carta encíclica sobre la esperanza cristiana, BAC, Madrid 2008.
[24] El vocablo trabajo asociado al duelo es antiguo. Tras la muerte de Isabel la Católica (26-11-1504), el rey Fernando se expresará así en términos conmovedores en la carta abierta que dirige al Reino: «…su muerte es para mí el mayor trabajo que en esta vida me pudiera venir, y por una parte el dolor de ella y por lo que en perderla perdí yo e perdieron todos estos Reinos me atraviesa las entrañas», citado en M. Fernández Álvarez, Juana la Loca. La cautiva de Tordesillas, Círculo de lectores, Barcelona 2000, 127.
[25] «Rosemblatt, Walsh y Jackson (1976), revisaron una muestra estratificada del duelo en 78 culturas estudiadas por antropólogos, y demostraron la gran variación y las diferencias de duelo existentes entre distintas culturas. […] Aunque las experiencias de duelo pueda ser universal, las respuestas a las pérdidas tienen grandes variaciones por ser influenciadas por factores tales como: las relaciones y expectativas familiares, las redes sociales, la religión, la cultura”, según L. Yoffe, Nuevas concepciones sobre los duelos por pérdida de seres queridos, en Av. Psicol. 21 (2) 2013, 130.
[26] Propiamente hablando tendríamos que hablar de otra dimensión más: la ecológica. Todavía no desarrollada en relación al duelo. Ver punto 5.6.2, p. 338.
[27] El ya mencionado Gómez Manrique (s. XV), en Consolatoria para doña Juana de Mendoza, comenta: «Y asi, señora, pensé de hazer este tratado para consolacion de tu merced y para mi descanso, porque descansando en este papel como si contigo hablara, afloxase el heruor de mi congoxa, como haze el de la olla cuando se sale, que por poco agua que salga, auada mucho y ella no rebienta», vv. 28-29.
[28] «Si nos centramos sin tregua en el dolor de la pérdida, puede pasarnos lo mismo que si miramos fijamente al sol: podemos lastimarnos los ojos si no retiramos la mirada. Por ese motivo, los teóricos contemporáneos del duelo empiezan a poner de manifiesto la necesidad de que en la elaboración del duelo se alterne periódicamente la atención a los sentimientos de tristeza, desolación y ansiedad, la reflexión sobre el desaparecido y la revisión de los recuerdos que conservamos de él, con la reorientación a las tareas domésticas y laborales más prácticas, que no sólo son algo que tenemos que hacer, sino que también son una forma de descansar de la intensa angustia que acompaña a la elaboración activa del duelo», según R.A. Neimeyer., Aprender de la pérdida. Una guía para afrontar el duelo, Espasa Libros, Barcelona 2007, 77.
[29] No está de más recordar que el duelo des-endiosa, des-idolatriza, “des-narcisiliza” y exige mucha humildad.
[30] Sobre la lógica del sufrimiento nos explayaremos en 1.2.7.
[31] Legado no es lo mismo que misiones o tareas. Los muertos no son cargas, ni “en-cargan”.
[32] R.M Rilke, Cartas a un joven poeta, 8, Hiperión, Madrid 2005, 36.
[33] «El sufrimiento tapado es como un horno cerrado: arde y reduce a cenizas el corazón que lo encarcela», según W. Shakespeare, Tito Andrónico, acto II, escena IV.
[34] «La licencia que por una parte me daba la razón, me la quita por otra la compasión» en san Juan de Ávila, Obras completas IV, Epistolario, BAC, Madrid 2003, 175.