Oraciones

En el Sufrimiento

Hay que limpiar con lágrimas el sufrimiento.
Hay que hablar con serenidad de él.
Hay que trabajar sanamente todo sufrimiento.
Hay que sembrar esperanza en él.
Señor, ayúdame a cicatrizar mi sufrimiento.
Señor, enséñame a aprender de él.

Mateo Bautista

Jesús es la Resurrección

Jesús,
tú has venido para darnos vida
y vida en abundancia.
has revelado el amor infinito del padre.
has combatido el dolor de los hombres
y has elaborado sanamente tu sufrimiento.

Jesús,
tú nos invitas continuamente
a sanear nuestras heridas internas
y las experiencias dolorosas de la vida,
haciendo de todo sufrimiento crecimiento.

Jesús,
tú has venido para servir
y no para ser servido.
Haznos buenos samaritanos de quien sufre
y servidores de los demás.

Gracias, Jesús,
nuestra resurrección,
porque das un nuevo hogar
a nuestro ser querido fallecido
y alimentas nuestra esperanza
para reemprender una vida
más humana y cristiana.

Mateo Bautista

Invocación al Espíritu Santo

Espíritu Santo,
amor del Padre y del Hijo,
dulce huésped del alma,
gozo que enjugas las lágrimas
y reconfortas en los duelos,
concédenos en tu infinita bondad
la caricia divina,
la fortaleza necesaria,
la templanza en el sufrimiento
la iluminación clarividente,
la sabiduría para proceder,
la animosa esperanza
y el genuino consuelo
de tu Espíritu en nuestro espíritu.

Amén

En el trabajo del duelo

Orar y sanar.
Sanar y orar
Jesús,
que asumiste tus sufrimientos
con un buen trabajo de duelo,
otórgame
tu humildad para pedirte ayuda
y dejarme guiar con sinceridad;
tu franqueza
para desahogar mi aflicción
y escucharte también a Ti;
tu sabiduría
para aceptar la realidad tal cual es
y a mí tal como sufro;
tus lágrimas,
que son fortaleza,
para llorar limpiando mis penas;
tu discernimiento
para analizar todo de la vida
a la luz de tu verdad;
tu iluminación,
si no encuentro sentido a lo que pasa,
que no me quede yo sin sentido;
tu fortaleza
para cambiar de mí mismo
lo que sin duda debo modificar;
tu visión
para no vivir del pasado,
sino abierto al futuro;
tu amor,
tan sereno y libre,
para no vivir con inútiles apegos;
tu perdonar
para cicatrizar heridas
y de raíz sanar;
tu paz,
que la pena arrastró, para florecer
en la primavera de la vida;
tu resurrección,
primicia de toda resurrección,
para vivir yo como resucitado.

Mateo Bautista

Señor, estoy destrozado

Señor,
este golpe me ha partido en dos.
He quedado anulado.
Parezco una sombra.
No entiendo nada.
Todo en mí es confusión.
La angustia me cierra el pecho.
Me duele todo el cuerpo,
me duelo todo yo,
me duelen hasta los lindos recuerdos
de mi ser querido.
Estoy ansioso y sin ánimo.
No tengo ganas de nada.
Se me ha caído el mundo encima.
Sólo quiero estar solo.
¡Llorar, llorar, llorar!
Nunca imaginé que pasaría por esto.
¿Y todos mis proyectos de vida con mi ser querido?
¡Cómo se han esfumado tantos sacrificios e ilusiones!
Sufro por su muerte,
Sufro por mi familia,
Sufro por mí.
Ahora me duele hasta el pasado, el presente y el futuro.
La pena es mi alimento de cada día.
Pienso si podré con esta aflicción del alma.
Señor, quiero desahogarme contigo,
Que no caiga en la tentación de dejarte,
de alejarme resentido,
ahora que te necesito más que nunca.
La verdad es que no tengo ganas
ni de pensar, ni de hacer nada,
ni siquiera de orar contigo.
¡No tengo fuerzas para nada!
Realmente, el sufrimiento me puede.
Quédate a mi lado, Señor,
Tú, que sabes de sufrimientos y de consuelos.
Necesito desahogarme contigo.
Necesito tu luz.
Necesito tu ternura.
Este duelo va a ser un camino penoso y largo.
Tú conmigo y yo contigo.

Mateo Bautista

Recibe, Señor…

Recibe, Señor, nuestros miedos
y transfórmalos en confianza.
Recibe, Señor, nuestro sufrimiento
y transfórmalo en crecimiento.
Recibe, Señor, nuestro silencio
y transfórmalo en adoración.
Recibe, Señor, nuestras crisis
y transfórmalas en madurez.
Recibe, Señor, nuestras lágrimas
y transfórmalas en plegaria.
Recibe, Señor, nuestra ira
y transfórmala en intimidad.
Recibe, Señor, nuestro desánimo
y transfórmalo en fe.
Recibe, Señor, nuestra soledad
y transfórmala en contemplación.
Recibe, Señor, nuestras amarguras
y transfórmalas en paz del alma.
Recibe, Señor, nuestra espera
y transfórmala en esperanza.
Recibe, Señor, nuestra muerte
y transfórmala en resurrección.

Arnaldo Pangrazzi

Sendero de Vida

El sufrimiento, Señor,
siempre me ha dado miedo…
y me lo sigue dando.
Pero debo confesar
que el sufrimiento también me ha madurado,
que algo ha cambiado en mi.
Creía yo que mi seguridad se fundaba
en la vitalidad física y en el éxito.
Sentía mi vida como si fuera un derecho,
como una perspectiva sin fin,
como si nunca hubiera de morir.
Pero la brutalidad del sufrimiento
ha destrozado mis sueños
y ha echado por tierra mis seguridades.
Estoy descubriendo una realidad distinta,
una realidad más profunda.
He aprendido a reflexionar y a contemplar.
He descubierto el corazón de la vida:
La importancia de amar y ser amado;
la íntima satisfacción de poseer
una más profunda sensibilidad
y una fe más verdadera.
Pero no es fácil, Señor, y tú lo sabes,
transformar el sufrimiento en sendero de vida.

A. Pangrazzi

Te ofrezco mi dolor

Dios mío, yo te ofrezco mi dolor.
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!
Tú me diste un amor, un solo amor,
¡un gran amor! Me lo robó la muerte.
…y no me queda más que mi dolor.
Acéptalo, Señor:
¡Es todo lo que puedo ya ofrecerte!

Amado Nervo

Señor, me cansa la vida

Señor, me cansa la vida,
tengo la garganta ronca
de gritar sobre los mares,
la voz de la mar me asorda.
Señor, me cansa la vida
y el universo me ahoga.
Señor, me dejaste solo,
solo, con el mar a solas.

Antonio Machado

Perseverancia en la prueba

Hijo, prepara tu alma para la prueba,
si te llegas a servir al Señor.
No te aceleres en la hora de la adversidad.
Manténte firme, endereza tu corazón.

Adhiérete a él, no te separes,
para que seas exaltado en tu sazón.
Todo lo que te sobrevenga, acéptalo,
sé paciente en los reveses de tu humillación.

Porque en el fuego se purifica el oro;
en el horno de la prueba los adeptos de Dios.
Confíate a él, que te cuidará;
endereza tus caminos y espera en tu Salvador.

Eclesiástico 2

Eres otro Dios

Señor, yo nunca creeré
en el Dios que ame el dolor,
en el Dios que no necesita del hombre,
en el Dios que “juega” a condenar,
en el Dios que “manda” al infierno,
en el Dios incapaz de amar
lo que muchos desprecian,
en el Dios mudo e insensible
ante los problemas angustiosos
de la humanidad que sufre,
en el Dios a quien le interesan las almas
y no los hombres,
en el Dios que creen amar
los que no aman a nadie,
en el Dios que “cause” el cáncer,
que “envíe” la leucemia,
que “haga estéril” a la mujer,
que “se lleve” al padre de familia
que deja cinco criaturas en la miseria.

Señor, yo nunca creeré
en el Dios a quien se le puede rezar
sólo de rodillas,
que se puede encontrar sólo en la iglesia,
en el Dios que no vaya al encuentro
de quien lo ha abandonado,
en el Dios que no tenga una palabra diversa,
personal, propia para cada individuo,
en el Dios que no pueda descubrirse
en los ojos de un niño,
de una hermosa mujer
o de una madre que llora.

Juan Arias

Tus heridas nos han curado

Creció como un retoño
delante de Dios,
como raíz de tierra árida.
No tenía presencia ni apariencia,
no tenía aspecto
que pudiéramos estimar.

Despreciable y desecho de hombres,
varón de dolores,
experto en dolencias,
como uno ante quien
se oculta el rostro,
despreciable,
no le tuvimos en cuenta.

Y eran nuestras dolencias
las que él llevaba
y nuestros dolores
los que soportaba,
nosotros le tuvimos
por azotado
herido de Dios y humillado.

El ha sido herido
por nuestras rebeldías,
molido por nuestras culpas.
El soportó el castigo
que nos trae la paz.
Sus heridas nos han curado.

Isaías 53

¿Quién podrá apartarme del amor de Dios?

¿Quién podrá de tu amor
ya apartarme? ¿La aflicción?
¿La angustia? ¿La persecución?
¿El hambre? ¿El temor?
¿El peligro? No, no.
En todo esto resulto vencedor
gracias a aquél que me amó.
Y estoy seguro: ni tribulación,
ni prueba, ni desilusión,
ni muerte, ni opresión,
podrán ya apartarme del amor
de Dios manifestado en Jesús,
Cristo, nuestro Señor.

Romanos 8

En la angustia de muerte

Enseguida, Jesús salió
y fue como de costumbre
al monte de los Olivos,
seguido de sus discípulos.
Cuando llegaron, les dijo:
“Oren, para no caer en la tentación”.
Después se alejó de ellos,
más o menos a la distancia de un tiro de piedra,
y puesto de rodillas, oraba:
“Padre,
si quieres,
aleja de Mí este cáliz.
Pero no se haga mi voluntad,
sino la tuya”.
Entonces, se le apareció un ángel del cielo,
que lo reconfortaba.
En medio de la angustia,
él oraba más intensamente,
y su sudor era como gotas de sangre,
que corrían hasta el suelo.

Lucas 22,39-44

Por los verdugos

Jesús oraba:
“Padre,
perdónalos,
porque no saben
lo que hacen”.

Lucas 23, 4

Desde mi sufrimiento, perdón

Perdón, Señor, perdón,
por pensar que eras un Dios
sin entrañas, ni corazón;
que evadías mi mirada y mi razón.
Perdón por decir: “Si yo fuera Dios,
sería más humano y lo haría mejor”.
Perdón, Señor, por rebajar tu amor,
argumentando: “Esto es castigo de Dios”.
Perdón por acudir al todopoderoso Dios,
ignorando al que en una cruz murió.
Perdón por chantajear mi curación
con limosna, novena o peregrinación.
Perdón, porque pensé en mi dolor:
Dios es engaño, quimera, invención.
Perdón, no por ser humano yo,
sino por negar tu humanidad, Señor.

Mateo Bautista

Amor y sufrimiento

Cuando el sufrimiento
es puro,
en él hay amor
de Dios,
a Dios,
por Dios,
y en Dios.
Entonces,
el sufrimiento es… Dios.

¿Será por eso,
Jesús Redentor,
que Tú nos has salvado
desde el amor
de tu sufrimiento
y desde el sufrimiento
de tu amor?

Mateo Bautista

Abandonamiento

Bajo el amenazante sufrimiento,
por el aprieto de la conmoción,
qué fácil es caer en la tentación
del hechizo del abandonamiento.

El afligido en aprisionamiento
se abandona a sí mismo con negación,
se ve abandonado con frustración,
abandona hasta con resentimiento.

El espíritu aún más languidece
al sentirse por su Dios abandonado,
y el embate de abandonarlo crece.

Único abandonamiento aceptado,
como en Getsemaní, sea el que se ofrece
a Dios consolador y consolado.

Mateo Bautista

Angustiado y deprimido

¡Por favor, mi dulce Jesús,
Tú que en Getsemaní exclamaste:
“Tengo angustia de muerte”,
ven a mí con urgencia!
Mi mente está desconcertada,
mi corazón oprimido,
mi alma arrugada,
mi espíritu decaído.
Acurrúcate a mi lado,
en lo íntimo de mi intimidad.
¡Ah, Señor! No permitas
que, angustiado y deprimido,
sucumba a la tentación
de sentirme abandonado
y que mi fe ofuscada
se queje con amargura:
– Jesús,
¿no has podido velar conmigo?

Mateo Bautista

Duelo

crecimiento.
sanación,
duelo,
sufrimiento,
dolor,
Herida,

Jesús, bien lo sabes:
la herida de un gran amor
sólo la sana
un mayor y puro amor.

Mateo Bautista

Ahí estás, María

Ahí estás de negro, María,
junto al patíbulo, firme,
encarnando un sufrimiento
desgarrador: la tortura de tu Hijo.
Ahí estás, Madre,
el amor te crucifica,
te hace mártir, te tiene de pie.
Ahí estás, se va cumpliendo
lo profetizado por el viejo Simeón:
“Una espada atravesará tu alma
para que se descubran los pensamientos
de muchos corazones” (Lc 2,35).
Ahí estás, en la mayor tragedia:
la muerte del Hijo de Dios
en manos de los hombres.

Ahí estás ante un mismo sufrimiento:
el de la plena humanidad y divinidad,
en la aflicción común de las madres
y de toda la humanidad violentada.
Ahí estás, en silencio y en llanto,
como icono visible ante tal injusticia.
Ahí estás, no como protagonista,
sino participando y condividiendo
la agonía de tu Hijo.
Te olvidas de Ti misma,
de tu padecimiento personal.
Piensas sólo en Jesús,
al que hay que apoyar con tu presencia
y con todas tus fuerzas.

Ahí estás, transida por la saeta de la pena,
pero consciente de que se está cumpliendo
el misterio de la voluntad salvífica de Dios.
Ahí estás, en pleno desconcierto,
pero, desde una obediencia de mente y de fe,
ofreciendo al Padre el fruto de tu seno.
Ahí estás, entregándote en la entrega de tu Hijo,
sacrificándote con su sacrificio,
disponiéndote a seguir cumpliendo tu misión:
la voluntad de Dios en lo que te queda de vida.
Ahí estás, junto a los verdugos de tu Carne,
perdonando, cumpliendo el pedido
de misericordia que Jesús ha elevado al Padre.
Ahí estás, dando continuidad ininterrumpida
al “Sí” que dijeras en la anunciación.

Ahí estás, María, tu verdadero puesto
es bajo la cruz, donde el Hijo te ha confiado
la tarea de hacer de Madre,
como lo has sido de Él.
Ahí estás, meditando y orando
todo aquel misterio en tu corazón,
oh Pietà, la Piedad,
el rostro materno del sufrimiento
de Dios Padre y del Espíritu Santo.
Ahí estás, concentrando
el sentido pleno del padecimiento
y el camino correcto del proceso de duelo.
Ahí estás, en comunidad con los discípulos,
“perseverando en la oración” (Hch 1,14).

Aquí estás, de blanco, María,
hablando de tu Hijo Vivo,
no de tu Hijo muerto,
amando a tu Hijo Vivo,
no a tu hijo muerto,
viviendo con un Hijo Resucitado,
no para un Hijo muerto.
Aquí estás, Madre de todas las madres
que lloran por sus hijos fallecidos,
acompañándolas y guiándolas
con tu ternura y tu ejemplo
en el proceso del duelo:
Tú, icono de Tu Hijo,
senda de serenidad y sanación,
de crecimiento y santidad.
Aquí estás,
Nuestra Señora del Buen Duelo.

Mateo Bautista

Nuestra Señora del Buen Duelo

Junto a la cruz de Jesús
estaba su Madre (Jn 19,25).
Ahí estás de negro, María,
encarnando una desgarradora
pena: la muerte de tu Hijo.
Ahí estás, el amor te crucifica,
te hace mártir, te tiene de pie.
Ahí estás firme, apoyando
con todas tus fuerzas internas
al Fruto roto de tus entrañas.

Aquí estás, de blanco, María,
amando a tu Hijo Resucitado,
no viviendo para un Hijo muerto.
Aquí estás, piadosa Madre
de todas madres y padres
que lloran por sus hijos fallecidos,
acompañándolos y guiándolos
con tu ternura y tu ejemplo.
Aquí estás, Madre intercesora,
Nuestra Señora del Buen Duelo.

Despedida Cristiana

Queridos, yo voy al Señor,
voy a esperarlos a la gloria.
No miren la vida que acabo,
sino la Vida Nueva que inicio.
Muero, pero mi amor no muere:
los amaré desde el cielo,
con el amor puro de Dios,
siempre mayor y mejor.
Ámenme, pero déjense amar
por mi amor purificado.
Sientan mi felicidad plena en Dios
y hablen de ella a menudo.
No se dejen abatir por la pena.
Lloren sí, en un sano desahogo,
con esperanza y paz, sin apego.
Su homenaje más deseado sea
su recuerdo lleno de fervor
en el Sacrificio Eucarístico.
Los quiero unidos y felices,
siguiendo el camino del Señor.
Hasta el eterno reencuentro.
¡A-Dios! ¡A-Dios!