Cuando san Juan de Ávila hablaba del duelo, en su profunda sabiduría de este fenómeno, utilizaba una feliz expresión: “Saeta tan aguda para herir y tan dificultosa para salir”[78].
El libro bíblico el Eclesiástico nos dice que el proceso del duelo tiene su tiempo cualitativo y cuantitativo.
«Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo: su tiempo el nacer y su tiempo el morir; su tiempo el plantar y su tiempo el arrancar lo plantado; su tiempo el matar y su tiempo el sanar; su tiempo el destruir y su tiempo el edificar; su tiempo el llorar y su tiempo el reír; su tiempo el lamentarse y su tiempo el danzar; su tiempo el lanzar piedras y su tiempo el recogerlas; su tiempo el abrazarse y su tiempo el separarse; su tiempo el buscar y su tiempo el perder…» (Ecl 3,1-8).
¿Cuándo llega el final del duelo? ¿Concluye alguna vez el duelo? J. William Worden responde:
«Preguntar cuándo ha acabado un duelo es un poco como preguntar cómo de alto es arriba. No hay una respuesta disponible. Bowlby y Parkes dicen que el duelo ha acabado cuando finaliza la persona la última fase del duelo, la restitución (Bowlby, 1980; Parkes, 1972). Desde mi punto de vista, acaba cuando se han completado las cuatro tareas. Es imposible establecer una fecha definitiva, aunque en la biografía existen todo tipo de intentos de establecer fechas: cuatro meses, un año, dos años, nunca. Cuando se pierde una relación íntima, yo desconfío de que se resuelva plenamente antes de un año; incluso dos años no es demasiado para mucha gente»[79]
Obviamente, no podemos encontrar una respuesta categórica a la duración del duelo porque éste se elabora teniendo en cuenta muchos factores ya mencionados, y, sobre todo, la personalidad del doliente, su aptitud y actitud de afrontamiento, su resiliencia, su capacidad de resignificación, sus vínculos y soportes, su espiritualidad y religiosidad.
También hay que considerar que, como los duelos tienen connotación social, según culturas y épocas, hay un “tiempo social” de duelo-luto. En el mundo actual occidental, el mundo norteamericano decreta un “duelo psicosocial” corto; en el mundo latino acepta tiempos más prolongados; en el mundo anglo-sajón se tiende a un duelo ni muy intenso ni muy duradero.
¿Existe “alta” en el duelo? Esta pregunta surge infinidad de veces. ¿Cuándo termina el duelo? Es bueno considerar que concluir el proceso del duelo no es exactamente un sinónimo de dejar de sufrir para siempre, ni olvidar, ni añorar o tener ciertas “recaídas”[80]. Muchos comparan el duelo producido por la muerte como una herida. “Puede ser grave o leve. Así como el tiempo de cicatrización puede ser de diversa duración, lo mismo sucede con la duración del duelo. Igualmente, se produce una cicatriz: nunca se borra pero llega un momento en que ya no duele”[81]. Personalmente, creo que, siguiendo la comparación clínica, el duelo se parece más a una fractura de huesos. Se restaura, pero vienen momentos y circunstancias “que hacen doler”, ya de otra manera, pero duelen.
«Llegado a este punto, en cierta medida ya había alcanzado el duelo su misión. El sufrimiento estaba “resignificado”, lo consideraba bajo control, podía hablar de él y ayudar a otros, pero no había alcanzado el nivel cero de sufrimiento. En ocasiones y fechas significativas el recuerdo aún es punzante. Ha disminuido al por mayor la acritud, pero todavía se halla vivo el aguijón, con menor intensidad y duración, pero aún lacerando. Y tal vez sea así para siempre. Estará controlado, pero de vez en cuando dará empeñones, hasta el bendito día del reencuentro total»[82].
¿Existe “alta” en el duelo? No es fácil la respuesta a esa cuestión porque no hay un solo duelo igual, sin embargo, dos signos concretos son indicadores de un final positivo en el recorrido del duelo:
- a) La capacidad de recordar, amar y hablar de la persona querida sin llorar; más aún, con esperanza.
- b) La capacidad de entablar nuevas relaciones y de sumergirse esperanzadamente en los desafíos de la vida.
Además, al final del duelo se habrá conseguido:
- Pasar de la resignación a la aceptación[83].
- No psicosomatizar.
- Serenar y clarificar los sentimientos.
- Realizar gestos de duelo con serenidad[84]
- Amar sin apegos.
- Reparar el “cortocircuito” entre mente y corazón.
- Reelaborar las ideas insanas.
- Cambiar de visión sobre el sufrimiento.
- Aprovechar el “legado” del proceso del duelo[85].
- Purificar actitudes, cultivar nuevos valores, vivir con autoestima.
- Establecer vínculos sociales con normalidad y con gratuidad.
- Cultivar una espiritualidad más pulida.
- Purificar la imagen falsa de Dios, viviendo más plenamente la vida de fe, con una relación con Dios y con la comunidad más personalizadas.
- Vivenciar felizmente al ser querido en la Resurrección del Señor.
- Ir de la desdicha a la paz y de la infelicidad a la felicidad.
Y un síntoma muy notorio de recuperación: ayudar serenamente, desde una sana motivación, a quien está incluso en duelo.
[78] Juan de Ávila, Epistolario, BAC, Madrid 2003, 167.
[79] J.W. Worden, El tratamiento del duelo: asesoramiento psicológico e terapia, Paidós, Barcelona 1997, 36. Las cuatro etapas de las que habla este autor son: aceptar la realidad de la pérdida, trabajar las emociones y el dolor de la pérdida, adaptarse a un medio en el que el fallecido está ausente, recolocar emocionalmente al fallecido y continuar viviendo,
[80] Así se expresa Miguel de Unamuno en el poema En la muerte de un hijo: «Pero en mí se quedó y es de mis hijos / el que acaso me ha dado más idea, / pues oigo en su silencio aquel silencio / con que responde Dios a nuestra encuesta», en Antología poética, Espasa Calpe, Madrid 1999, 213-214.
[81] M. Gómez Sancho, La pérdida de un ser querido. El duelo y el luto, Arán, Madrid 2007, 43.
[82] M. Bautista – J. Martín, El duelo de los hermanos, 67-69.
[83] «Nuestra vida es la ola. / Al romper en la costa, / no muere, se transforma», en J.R. Jiménez, La muerte, Seix Barral, Barcelona 1999, 153.
[84] Antonio Machado vio morir a su dulce y joven esposa Leonor. Pide este favor a un amigo a través de la serenidad de unos versos inmortales: «Con los primeros lirios / y las primera rosas de las huertas / en una tarde azul sube al Espino, / al alto espino donde está su tierra», en JL. Cano, Antonio Machado, Salvat, Barcelona 1986, 110.
[85] «Hasta muriéndome me hiciste bien, / porque la pena de aquel edén / incomparable que se perdió, / trocando en ruego mi vieja rima, / llevó mis ímpetus hacia la cima, / pulió mi espíritu como una lima/ y como acero mi fe templó» en A. Nervo, Hasta muriéndote, en La amada inmóvil, Fondo de cultura económica, Madrid, 1999, 80-81.
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