El sufrimiento (y, por tanto, su abordaje, el duelo) afecta a la biología de la persona (corporeidad), a la biografía (proyectos, concepción de la vida, estilos de vida y valores, mundo emocional y mental, vida social, vida espiritual-religiosa, consideración del factor temporal…) y a la biofilia (autoestima, razón vital, gusto por la vida, sentido existencial y trascendental.)
El fenómeno del duelo es una experiencia global. Está presente a lo largo de toda la vida[39]. Afecta a la persona en todas y en cada una de sus dimensiones:
- Corporal
- Emocional
- Mental
- Social
- Valórica
- Espiritual-religiosa
Cuando muere un ser querido, tomamos conciencia de la realidad de ser también nosotros mismos mortales, que hemos de morir. Si es muy querido el difunto, decimos morir nosotros mismos un poco. En esa persona muerta se resquebraja una prolongación de nuestro yo, porque ella sentía con nosotros y nosotros sentíamos con ella o para ella.
Coincido personalmente con esta definición de duelo y su destaque de las consecuencias multidimensionales:
«El duelo no es un desorden de conducta aún cuando produzca alteraciones en la conducta; el duelo tampoco es un conflicto intrapsíquico, aunque genere sufrimiento intrapsíquico. El duelo es la pérdida de la relación, la pérdida del contacto con el otro, que rompe el contacto con uno mismo. Es una experiencia de fragmentación de la identidad, producida por un vínculo afectivo: una vivencia multidimensional que afecta no sólo a nuestro cuerpo físico y a nuestras emociones, sino también a nuestras relaciones con los demás y con nosotros mismos, a nuestras cogniciones, ciencias y presuposiciones y a nuestro mundo interno existencial o espiritual»[40].
He aquí las principales reacciones que pueden darse, con mayor o menor intensidad:
a) En la dimensión corporal:
- Debilidad muscular. Temblores. Falta de energía[41].
- Llanto fácil[42], sollozo, lamento, suspiros.
- Dolor de cabeza.
- Sequedad de boca.
- Sensación de estómago vacío.
- Hiperventilación, dificultades respiratorias.
- Dolores agudos en el cuerpo[43]. Calambres.
- Fatiga continua.
- Opresión en el pecho y nudo en la garganta.
- Hipertensión.
- Trastornos alimenticios: anorexia y pérdida de peso (o lo contrario, por la ansiedad).
- Alteración en el sueño.
- Hipersensibilidad al ruido.
- Estados de confusión. Distracciones.
- Dificultad en la memoria.
- Enfermedades neoplásicas por inmunodeficiencia provocada por estados
- Aumento de la morbimortalidad (en especial, en personas muy ancianas)[44].
b) En la dimensión emocional
- Ansiedad, angustia, agitación, tristeza[45].
- Síntomas afines a la depresión[46].
- Culpa y autorreproche.
- Desgarro y vacío interiores.
- Profunda soledad. Sentimiento de abandono.
- Irritabilidad y mal humor,
- Resentimiento contra alguna persona, grupos y todo el mundo.
- Ambivalencia emocional con el difunto.
- Añoranza. Deseo de presencia del fallecido, incluso en el sueño[47].
- Obsesión por recuperar la pérdida.
- Necesidad de hablar de/con el muerto.
- Deseo de unirse al muerto. Reunificación mágica.
- Sensación de perder una parte del propio cuerpo.
- Sentimiento de impotencia,
- Malestar general en ciertas fechas y fiestas
- Reproche por no haberlo/a disfrutado más.
- Aprensión de que suceda algo malo,
- Apegarse a seres queridos, ante posibles muertes.
- Síndrome de “duelo ambivalente”: mezcla de sensación de alivio con sentimientos de culpa.
- Extrañeza ante el mundo habitual.
- Insensibilidad y desinterés.
- Pérdida de autoestima: no considerarse destinatario del propio y ajeno amor.
- Falta de deseo sexual.
c) En la dimensión mental
- Incredulidad de la situación.
- No aceptación de la realidad.
- Desorientación de la propia identidad.
- Confusión y aturdimiento mental.
- Sentirse víctima.
- Dificultad de atención, concentración y coordinación mental.
- Obsesión por encontrar respuestas.
- Alucinaciones visuales,..
- Deseos de soñar con el difunto.
- Buscar y llamar en voz alta al ser querido.
- Guardar objetos y recuerdos del difunto.
- Acatar mensajes negativos del sufrimiento: “Nunca más…”
- Centrar la mente y la conversación en el fallecido.
- Golpe al narcisismo del yo.
- Sensación de orfandad: “padres huérfanos”…
- Vivir en la ambivalencia emocional respecto al muerto.
- Cisma en el “tiempo vital”: un antes y un después.
- Evitar espacios que recuerden momentos dolorosos.
- Visitar lugares que recuerden al fallecido.
- Evitar ver fotos o videos donde el ser querido “está en movimiento”.
– Uso de mecanismos de defensa: negación, represión, enmascaramiento, desviación, evitación, fijación, racionalización, regresión, aislamiento, somatización, identificación, hiperactivismo, idealización.
- Constatación de las propias limitaciones y que no todo está bajo control.
- Planteamiento del destino del fallecido y de los vivos[48].
d) En la dimensión social
- Autoaislamiento social.
- Hipersensibilidad a ruidos, risas, temas superficiales…
- Deseos de super protección.
- Creencia de no poder pedir ayuda ni recibirla.
- Deseos de ser compadecido.
- Conductas distraídas.
- Desconcentración en el trabajo.
- Despreocupación por lo cotidiano y por los cercanos.
- Ausencia de proyectos comunitarios.
- Pérdida del sentido de autoridad.
- Desinterés por los acontecimientos exteriores.
- En las conversaciones, permanente autorreferencia al propio sufrimiento.
- Desconcierto de ver cómo los demás siguen viviendo y son felices.
- En esta dimensión social hay que incluir todo lo “anómalo” referente al luto.
e) En la dimensión valórica[49]
- Baja autoestima y “des-valorización” personal.
- No considerarse dignos de ser felices o vivir situaciones placenteras.
- “Des-valorización” de las cosas cotidianas y responsabilidades propias.
- Por la saturación del propio sufrimiento, insensibilidad por el sufrimiento ajeno.
- Tendencia a disminuir la afectividad con los demás, incluso con los más
- Introducir el miedo en el cuerpo y perder “valor” ante la vida.
- Pérdida de valor moral por anteriores actuaciones indebidas
- Pérdida interior de valores que habían sido asumidos
- Desorientación axiológica.
- Asumir estilos insanos de vida.
- Tendencia a adicciones.
- Conductas alienantes
f) En la dimensión espiritual-religiosa[50]
- Conciencia de la finitud humana: somos mortales[51].
- Crisis del sentido vital y de los estilos de existencia
- Replanteos radicales de la propia existencia.
- Búsqueda de una nueva identidad.
- Incapacidad para orar.
- Crisis de fe. Descreimiento.
- Dudas del amor y bondad de Dios.
- Sentirse abandonado por Dios.
- Desconcierto por el silencio de Dios.
- Resentimiento contra Dios.
- Alejamiento eclesio-comunitario.
Como puede observarse, algunos de estos síntomas, que son propios del cuadro depresivo, de los estados de angustia o ansiedad, del distrés postraumático o de otras patologías, son componentes normales en los duelos por la muerte de seres queridos sin que por ello se asocien a dichas clasificaciones. Por otro lado, es frecuente observar que el doliente por un tiempo prolongado (unos dos años) puede adquirir un estado de ánimo con síntomas parecidos a los distímicos, sin que por ello se trate de la propia y vera distimia[52].
[39] El gran poeta y premio Nobel Juan Ramón Jiménez se expresó así: «¡Qué cementerio el tuyo, vida mía!», en La muerte, Seix Barral, Barcelona 1999, 133.
[40] A. Payás Puigarnau, Las tareas del duelo. Psicoterapia de duelo desde un modelo integrativo-relacional, Espasa, Madrid 2010, 22.
[41] «Las dueñas esi dia fincamos quebrantadas, / más que si nos hobiesen todas apaleadas; / non podiemos mecernos tant éramos cansadas, / mas a mí sobre todas me cocien las coradas», en Gonzalo de Berceo (c. 1198-1264), El duelo que fizo la Virgen María el día de la pasión de su fijo Jesucristo, estrofa 163, en M. Rivadeneyra, Poetas anteriores al siglo XV, 1984, 131-137.
[42] El llanto es una reacción universal en el duelo. La fisiología muestra que las lágrimas poseen una endorfina, la leucina-enquefalina, de ahí la sensación de alivio. Poseen también una hormona, la prolactina, que estimula la secreción de lágrimas, más presente en las mujeres.
[43] «Tanto dolor se agrupa en mi costado / que por doler me duele hasta el aliento», así se expresa Miguel Hernández en su Elegía a Ramón Sijé, en El rayo que no cesa, Espasa-Calpe, Madrid 1936, 77-80.
[44] Cuando al patriarca Jacob, que había hecho el duelo por su querida esposa Raquel y por su hijo José (al que creía muerto), estando su hijo Simeón retenido en Egipto, se le pide separarse de su hijo Benjamín, llega a exclamar: «No bajará mi hijo con ustedes. Su hermano murió, y no queda más que él. Si en el viaje que vais a hacer le ocurre una desgracia, haréis descender en dolor mis canas al sepulcro» (Gn 42,38).
[45] San Juan Crisóstomo escribe una carta desde su destierro a la diaconisa santa Olimpia, viuda desde los 20 años, y muy apenada por la situación de su “padre espiritual”, animándola a no sucumbir a la tristeza apática: «Una cruel tortura del alma, una pena inexplicable, un gusano venenoso que consume el cuerpo y el alma y que corroe el corazón mismo, un ejecutor perpetua, una noche continua, una oscuridad profunda, un torbellino, una tempestad, una fiebre que no aparece, que calienta más que cualquier fuego, y una batalla que no tiene fin. Mortifica más que cualquier tirano; ninguna tortura, ninguna flagelación, ningún castigo corporal es semejante a ella”, Decimoséptima carta a Olimpia, PG 52, 549-623.
[46] «Veo a vuestra señoría muy apegada con la tristeza y adormecida con la amargura, y tan cansada de vivir, que escogería de buena gana el morir», descripción del ánimo de una doliente en san Juan de Ávila, Epistolario, BAC, Madrid 2003, 172.
[47] La añoranza es profunda, incluso en sueños. Es un tema clásico.Ya lo expresó Petronio (fallecido hacia el año 65), Epigrammi, II, en el poema que comienza: «Somnia, quae mentes ludunt volitantibus umbris» («sueños que engañan las mentes con sus sombras voladoras»), y termina «In noctis spatium miserorum vulnera durant» («las heridas de los desgraciados duran en la noche». En un epitafio de Sagunto, del s. III d. C, la difunta, de dieciséis años, dice hablando del dolor de su madre: «[Infeljix etiam somno ex[spectat mea mater][ora videre]mei…» («Mi madre, infeliz, espera, también en sueños, ver mi rostro»). Cfr. J. Corell, Dos epitafios poéticos de Saguntum, en Faventia, 12-13, 1990-1991, 165-74.
[48] El pensamiento clásico venía hablando del “hálito de inmortalidad” en el interior de cada persona. El poeta Antonio Machado, tras la muerte de su esposa Leonor, en una carta dirigida en 1913 a Unamuno, escribió: «Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que se muere».
[49] En esta dimensión tan fundamental en el proceso del duelo consideramos: la cosmovisión de la vida (el valor ontológico de la existencia), las actitudes, los valores, las virtudes, el “valor de lucha” como motivación.
[50] Bajo el concepto espiritualidad nos remitimos a la etiología del término: espíritu; es, por tanto, la dimensión de trascendencia de la persona, que incluye, pero que supera, el mero materialismo y temporalidad. Por religiosidad, siguiendo la etiología del vocablo, entendemos la “re-ligación” (personal y comunitaria) con el ser trascendente-Dios, que se vive y expresa con una espiritualidad y mística de base y en formas comunitarias. Y más específicamente: «La persona espiritual, por consiguiente, es aquella que en la cual se hace presente este dinamismo del amor infundido por el Espíritu Santo», según V.M Fernández – C.M. Galli, Teología y espiritualidad. La dimensión espiritual de las diversas disciplinas teológicas, San Pablo, Buenos Aires 2005, 9-18.
[51] «El muerto no es un muerto: es la muerte», en JL. Borges, Remordimiento por cualquier muerte, en Obra poética, Emecé, Buenos Aires 1977, 476.
[52] «La característica esencial del trastorno distímico es un estado de ánimo crónicamente depresivo, presente la mayor parte del día, en la mayoría de los días, durante al menos dos años», en R.F. Ré – M. Bautista, Vida sin depresión y trastornos bipolares. Psicoeducación, prevención y tratamiento, San Pablo, Buenos Aires 2014,151. Cuando se trata de un duelo intenso, la mayoría de las personas necesitan de uno a dos años para volver a su equilibrio personal.