La simple observación de un alma sufriente, la literatura de siglos y últimamente la conclusión de estudiosos especialistas[57] constatan que el duelo es un proceso en el que el doliente recorre diversos estadios. Algunos hablan de etapas o fases[58] y otros las miran con reparo:
- Aturdimiento inicial: el impacto conlleva un sufrimiento que puede dejar a la persona anestesiada, perturbada, muda, incluso privada de autonomía de pensamiento, palabra y acción[59].
- Lamentación: surgen las primeras expresiones inarticuladas y las exclamaciones, abundan los gestos, viene la queja: “¡No lo puedo creer!”
- Negación y rechazo: No se acepta la realidad: “¡No, no puede ser cierto!”
- Turbulencia emocional: pena, enojo, bronca, culpa, miedo, ansiedad, angustia…
- Tristeza profunda y desmotivación: “¿Qué sentido tiene ya…?”
- Resignación: “¡Me tocó a mí. Es la fatalidad!”
- Recobrar serenidad interior: “¡Después de tanto sufrimiento, estoy recobrando la paz!”
- Aceptación y protagonismo en el proceso de duelo.
- Serenidad amorosa hacia el fallecido.
- Proyectualización y esperanza en la vida.
- Resignificación del duelo, crecimiento y madurez.
La sabia psicología humana (que no es matemática) necesita de estas fases para encajar un golpe tan fuerte. Lo preocupante es estancarse en una de ellas y no llegar a la aceptación y superación. Huelga decir que en un proceso de duelo, muchos afectados no atraviesan estas etapas o no lo hacen siguiendo ese orden. Algunos autores hablan de un esquema ternario: evitación, asimilación, acomodación[60].
[57] Cfr. E. Kübler-Ross, Sobre la muerte y los moribundos, Grijalbo, Barcelona 2000.
[58] «Si la palabra “etapa” no gusta a algunos, hemos de precisar que nosotros la entendemos como “punto de referencia” de la evolución del duelo, con el único fin de descubrir el progreso del duelo o su regresión. Esto permite evaluar el estado de la persona en duelo y lo que le queda por hacer para completar el mismo», según J. Monbourquette – I. D’Aspremont, Disculpe, estoy en duelo, Sal Terrae, Santander 2012, 41.
[59] Todo duelo considerable comienza con un traumatismo psico-emocional, seguido de un shock, que es la reacción frente al trauma, vivido como un estrés agudo, con los síntomas afines al estado de estrés post-traumático. A la reacción de inmovilidad del sistema parasimpático (relajante) sigue la reacción de huida/lucha del sistema simpático (excitante), asemejándose este proceso a una desconexión de los circuitos nerviosos y a una pérdida parcial de la consciencia. El estado de shock tiene una función definida: congelándose temporalmente la memoria y las emociones, se protege a la persona, sin que pierda todo contacto con la realidad, evitando un caos emocional y confusión total. Ante un ataque tan aniquilador, «el cuerpo pierde su armazón y se cae como un vestido cae de la percha», en expresión de de J.D. Nasio, El libro del dolor y del amor, Gedisa, Barcelona 1999, 68.
[60] R.A. Neimeyer, Aprender de la pérdida, 31-38.